EL GRAN SOL
Uno de los momentos más emocionantes que he vivido como espectador, es el recorrido en moto que hace Nanni Moretti en Caro Diario hasta llegar al lugar donde asesinaron a Pier Paolo Pasolini. Bajo un intenso sol de verano Moretti circula por la laberíntica periferia de la playa de Ostia en Roma. Al fondo el mar que, desgastado, es una postal que ya ni siquiera miramos. Mientras, nuestra vista va tropezando con chiringuitos y restaurantes, improvisados aparcamientos con coches bañados en polvo, bañistas (caminando), humildes casas de pescadores convertidas en renovadas residencias de verano, descampados desaliñados con altos edificios a lo lejos, señales de tráfico, anuncios.
Y más descampados. Imagino la mezcla de expectación y tristeza que sentía Moretti en su camino. De algún modo, y sin llegarlo a conocer, Pasolini era un gran amigo para él, no solo les unía una particular sensibilidad artística, sino que su sintonía política resuena en la misma frecuencia del inconformismo y la libertad. Con esta turbación interior Moretti se encuentra de frente a este lugar: un cañaveral, lindero a un campo de fútbol, donde una destartalada escultura sin texto alguno recuerda el acontecimiento. En ese momento, años noventa, era bastante difícil encontrar este sitio y, salvo para unos pocos, no poseía ninguna relevancia. Tiempo después se considera una zona de alto valor ecológico y, además, se restaura la escultura y se añaden alrededor algunos poemas del cineasta y escritor italiano. Es a partir de ese instante cuando de forma sistemática la escultura y su entorno son vandalizados cada cierto tiempo. Y es que ese monumento (el cáustico Pasolini no podría contener una perpleja sonrisa ante su manida y pueril estética) se ha convertido en un tótem que engendra un significado y una simbología en el espacio donde convive. Un lugar con un sentido para unos y sentido distinto para otros, claro.
Imagino ahora a Rita Rivera en su moto bajo un sol alicantino tan agresivo que casi disuelve las superficies que araña. Su ruta parece mucho más prosaica: el camino de casa al restaurante donde trabajaba y vuelta a casa. No está claro dónde fija la mirada, nos sentimos desorientados en ese extrarradio de ventanas infinitas, rotondas, espacios comerciales y polvo. ¿Dónde han quedado las céntricas callejuelas, el frescor del mar, los granos de arroz pegados al pecho de los turistas? Y es que la autora será, desde ahora, una escrutadora arqueóloga dispuesta a descubrir los vestigios de la que fuera la última ciudad republicana española. Con esta misión prosigue su periférico recorrido, y nosotros con ella. Ante viejas ruinas, enseguida tomamos conciencia de su impostura, recobramos la esperanza de encontrar algo, llegamos también a fabular con el hallazgo de restos en el árido paisaje o leemos cualquier poste como un hito. Este entusiasmo inicial, esta aventura histórica, comienza a diluirse. Mucho ir y venir por escenarios artificiales que se repiten una y otra vez, el esfuerzo por descifrar iconos de fútil significado o los cambios vertiginosos de perspectiva no ayudan. Ni rastro.
En uno de los reencuentros con el centro de la ciudad Rita frena en seco, sube la vista, un poco más, casi hasta la torsión total del cuello, y ahí está. El Gran Sol. Uno de los primeros hoteles turísticos de la urbe y germen de lo que vendría después. Un nuevo tótem, esta vez símbolo del desarrollismo franquista de los sesenta que en un frenético cambio de imagen pulverizó cualquier vestigio arquitectónico o cultural republicano que pudiera haber sobrevivido a una guerra. La prioridad era convertir Alicante, y como ella otras muchas ciudades costeras, en un paraíso para cabellos rubios y visionarios frente al solar vacío. En definitiva, hipotecar el pasado (su particular pasado) y su memoria, para plantear un futuro que ahora mismo ya es de nuevo pasado. Y es que la fotógrafa ha estado buscando en vano hasta encontrar los nuevos restos arqueológicos de un escenario que representa un modelo agotado e insostenible que se resiste a sucumbir.
Pasolini y Franco fallecen en noviembre del mismo año con apenas unos días de diferencia. Dos muertes con un sentido para unos y sentido distinto para otros. Está claro.
Fosi Vegue
“Los tiempos muertos de la ciudad, la hora de la siesta, las visiones en el recorrido cotidiano: Rita Rivera nos señala la magia oculta en lo que no se tiene por mágico.”
Nerea Ubieto
“La obra de Rita me hace sentir solo, y lo digo como el mayor de los cumplidos.”
Dan Mathews
“No hay nada más intenso que el polvo que flota en todas las imágenes: palmeras, moteles, donde el amor no existe, donde el amor se hace. El mejor reclamo del mundo, la pasión más intensa, arrasada por el Gran Sol y su enorme sombra. ¿De verdad un día hubo República?”
Suso Basterrechea
“Rita G.Rivera nos guía en un recorrido cotidiano lleno de frescura por el interior de Alicante. Su mirada conocedora y crítica retrata una ciudad entre el exceso y el abandono, el brillo y la decadencia. Es la imagen de un país en construcción permanente, de un quiero y no puedo. Vacíos que no se llenan y turistas que desbordan paisajes a medio hacer. Oasis de felicidad prefabricada y reductos de silencio laboral.”
Nerea Ubieto
“El viaje de Rita, en bucle, de ida y vuelta, capturando los restos arqueológicos de una civilización que crea y arrasa a la vez.”
Tono Arias